Siempre he pensado que la educación, la formación, es la mejor, sino la única, puerta que abre todas las posibilidades a las personas. Estoy convencida de ello. Es verdad, como decía Ortega, que yo soy yo y mis circunstancias, y si las salvo a ellas, me salvo yo. Por eso, con mayor motivo, se puede afirmar la importancia de la educación.
Se puede incidir en dos aspectos importantes: la educación de los niños y jóvenes y la educación de la mujer. Lo de los niños y jóvenes siempre se ha visto y se ve más lógico. De ahí que la educación en España sea obligatoria hasta los 16 años. Pero la educación de la
mujer no siempre se ha visto igual. ¿Para qué? las tareas “propias“ de ella no necesitan educación.
Sin embargo, que las mujeres valoren la educación y puedan acceder a ella, a cualquier nivel, es fundamental para que los hijos sean constantes en su educación y terminen valorándola.
Por eso, cuando no existe interés ni cultura del esfuerzo; cuando se consigue dinero fácil sin trabajarlo, la educación de los niños resulta más difícil. Porque, ¿para qué esforzarse, trabajar, estudiar, si alrededor el dinero fluye sin esfuerzo?
Con esa “filosofía” se olvida que el trabajo, el justo, el justamente remunerado, el reconocido, el que ilusiona, forma parte del crecimiento propio del ser humano. Fomenta la creatividad, el logro, la ambición bien intencionada, el conseguir lo que justamente y con esfuerzo se ha buscado.
La educación de los niños pequeños, de Educación Infantil, es fundamental. Los primeros años son trascendentales. Pero debe de ir acompañada de unas “circunstancias” que favorezcan ese crecimiento en los años posteriores. Si no, la educación de los niños pequeños se convierte en un esfuerzo en el que a veces se pierde la ilusión porque parece una lucha contra los elementos. Hasta que se miran esas caritas, con esos ojos curiosos y esta actitud innata por descubrir y aprender. Entonces uno piensa que merece la pena el intento: por salvar las circunstancias y por salvarlos a ellos.